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jueves, 7 de septiembre de 2023

Olga de Kiev, la santa patrona de los justicieros por mano propia

Santa Olga de Kiev es, oficialmente, la patrona de los conversos y de las viudas. Pero, por su historia, bien podría ser la patrona de los justicieros por mano propia. Ya veremos qué hizo en el año 945, cuando quedó viuda, a los 20, porque su marido, el príncipe Ígor de Kiev, fue asesinado por la tribu eslava de los drevlianos y ella decidió vengarse a lo vikingo.



De acuerdo con la teoría más aceptada y registrada en la Primera Crónica Eslava o Crónica de Néstor (San Néstor el Cronista, un monje del Monasterio de las Cuevas de Kiev), habría nacido en Pskov (actualmente, una ciudad del noroeste de Rusia) en una familia de origen varego, como se llamaba a los vikingos suecos que en los siglos IX y X fueron hacia el este y el sur, hacia el Imperio Bizantino, a través de lo que hoy es Rusia, Bielorrusia, Ucrania y los Balcanes.


Los varegos son el primer pueblo del que existe constancia que exigió, allá por el año 859, el pago de tributos a las tribus eslavas del centro y norte de la actual Federación de Rusia a cambio de protección.


Dirigidos por el príncipe Riúrik, se asentaron alrededor de la ciudad de Nóvgorod, a unos doscientos kilómetros de San Petersburgo y relativamente cerca de la frontera con Finlandia. Allí funcionó la capital original del pueblo Rus, como se llamaban a sí mismos: rus significaba remeros (“los hombres que reman”) en el antiguo lenguaje de los vikingos. En 882, Oleg Veshchy, cuñado de Riúrik, trasladó su corte al Rus de Kiev (la actual capital de Ucrania), unos mil quinientos kilómetros al sur.


De la descendencia de Riúrik proviene la dinastía Riúrika o Riuríkida, la de los monarcas que gobernaron Rusia durante más de siete siglos.


A fines del siglo XII, el Rus de Kiev se fragmentó en principados independientes (principados del rus, o principados rusos), gobernados por ramas de la familia Riúrikovich, hasta que, tres siglos después, el Principado de Moscú dominó a todos los otros. El primero en cambiar su título de Príncipe de Moscú por el de Zar de toda Rusia fue Iván IV (Iván el Terrible), a partir de 1547, y fue también el último de la dinastía Riúrika con poder, porque su hijo Teodoro nunca lo tuvo, y al morir sin descendencia, el 7 de enero de 1598, dio comienzo la etapa más oscura de la historia rusa, el Período Tumultuoso o Época de la Inestabilidad, hasta que, en 1613, Mikhail Fiodorovich Romanov ascendió al trono, y con él la dinastía Romanov, que duraría hasta la revolución de 1917.


Catalina la Grande, que se casó con Pedro III de la dinastía Romanov, era descendiente del Gran Príncipe de Tver, de origen riúriko.


Como se ve, si Putin puede decir que Ucrania perteneció a Rusia, también se puede decir que fue Rusia la que perteneció a Ucrania.


Establecida la profunda relación existente entre Ucrania y Rusia, volvamos a Olga. Se casó a los 15 años con el príncipe Ígor, hijo del príncipe Riúrik y sobrino de Oleg, quien, tras la muerte de ellos, se convirtió en el Gran Príncipe de Nóvgorod y Príncipe del Rus de Kiev.


Una de las tribus eslavas que pagaban tributo a los varegos eran los drevlianos, que vivían de la agricultura y del artesanado. Su nombre proviene del eslavo drevo o derevo, que significa madera y también árbol, y se les llamaba así porque se asentaban en las zonas boscosas.


La capital drevliana era Iskorosten (hoy es la ciudad ucraniana Kórosten, importante conexión de transporte ferroviario y punto terminal de uno de los trenes eléctricos de Kiev), donde los restos arqueológicos son todavía visibles.


Los drevlianos mantenían una compleja relación con el creciente imperio de la Rus de Kiev. Se habían unido a ellos en las campañas militares contra el Imperio Bizantino y pagaban tributo a los predecesores de Ígor, pero cuando murió Oleg, dejaron de hacerlo.


En 945, Ígor decidió recuperar ese ingreso importante y se dirigió a Iskorosten con su ejército. Los drevlianos, ante la vista de esa fuerza militar, discutieron, pero después de un largo regateo se pusieron de acuerdo en una cifra que no dejó conforme a ninguno de los dos.


Y sucedió lo que tenía que suceder. Ígor se había quedado con la sangre en el ojo, así que luego de andar unos kilómetros con su ejército, de regreso a Kiev, decidió volver con una pequeña escolta y exigirles a los drevlianos un pago mucho mayor que el que le habían hecho. Los drevlianos también estaban enojados porque habían tenido que volver a pagar, y esta nueva exigencia les colmó la paciencia: mataron a toda la escolta y a Ígor lo sometieron a tremendas torturas, lo ataron a dos árboles y, literalmente, lo partieron en dos.


La viuda justiciera

Cuando Olga se enteró del asesinato de su marido, lo primero que hizo fue asumir el gobierno de la Rus de Kiev como regente de su hijo Sviatoslav, que tenía tres años.


Los drevlianos no se conformaron con matar a Ígor. Vieron una oportunidad inmejorable para expandirse y apoderarse del Rus de Kiev, así que le mandaron a su muy reciente viuda una delegación de veinte casamenteros con este mensaje: tenía que casarse con su príncipe, curiosamente, llamado Mal, quien se pondría la corona vacante.


Olga contuvo su odio y les respondió al más puro estilo de la diplomacia que, siglos más tarde, usarían los príncipes florentinos: la propuesta no le desagradaba porque su marido no podía resucitar, pero quería honrarlos delante de su pueblo, así que era mejor que los casamenteros pasaran esa noche en su campamento y ella los iba a recibir en la corte la mañana siguiente.


Cuando los casamenteros volvieron, le ordenó a su guardia que los enterraran vivos, y mandó una embajada a Iskorosten con un pedido muy formal: que un cortejo de los hombres más sabios de la tribu drevliana la fuera a buscar a Kiev y la llevara hasta su nuevo príncipe y futuro hogar con todos los honores que ella merecía.


Los drevlianos mandaron a Kiev a sus personajes más notables, y Olga les ordenó que antes de presentarse ante ella debían limpiarse porque estaban muy sucios. Los encerró en una casa de baños y los quemó vivos.


Mandó otro mensajero a los drevlianos, ahora para decirles que antes de ir ella con el cortejo de los sabios a Iskorosten le parecía que debían honrar a Ígor con un banquete fúnebre multitudinario ante su tumba, en el Montículo Igoreva Mohyla.


Los drevlianos aceptaron también esta nueva condición y enviaron cinco mil hombres a los que agasajó con mucha comida y mucho alcohol, y cuando estaban bien atiborrados y borrachos, le ordenó a su ejército que los mataran.


Olga volvió a Kiev, reagrupó su ejército y emprendió la campaña de conquista de Iskorosten, llevando a su pequeño hijo Sviatoslav, el símbolo más claro de a quién le correspondía lucir la corona de Ígor. En el caminó se cruzó con el príncipe Mal y su séquito. ¿Sorprende que los haya matado a todos?


Durante un año sitió la ciudad sin lograr que los drevlianos se rindieran. Y se le ocurrió otra idea de las suyas, que recoge el monje cronista y la cuenta, palabras más, palabras menos, de esta manera.


Les mandó un mensaje a los drevlianos: “¿Por qué persisten? Todas sus ciudades se han rendido ante mí y se han sometido al tributo, de modo que los habitantes cultivan ahora sus campos y sus tierras en paz. Pero ustedes prefieren marearse de hambre, sin someterse al tributo”.


Los drevlianos le respondieron que podrían rendirse, pero le temían a su venganza. Olga les respondió que el asesinato de los mensajeros, el de los sabios y el de los cinco mil que fueron al banquete fúnebre (y mortal) había vengado a su marido. Solo quería, como todo había empezado porque se habían negado a pagar un tributo, que le entregaran otro que serviría como un símbolo de paz: cada casa debía llevarle tres gorriones y tres palomas.


Los drevlianos aceptaron (otra vez) y le entregaron las aves que sacaron de los nidos que habían hecho en sus casas. Olga ya tenía listos trapos embebidos en una solución muy inflamable, los ató a las patas de las palomas y de los gorriones, les prendió fuego y liberó a las aves para que regresaran a sus nidos.


San Néstor el Cronista dice: “No hubo casa que no estuviera consumida por el fuego, y era imposible extinguir las llamas porque todas se incendiaron a la vez”.


Los que lograron huir fueron atrapados, muertos por los soldados o esclavizados, y los drevlianos dejaron de existir como pueblo.


Hasta que su hijo se convirtió en el príncipe Sviatoslav I, Olga gobernó el Rus de Kiev como regente durante quince años, en los que creó un sistema de recolección de tributos, centros de comercio, administraciones locales y otras instituciones que se adelantaron a su época.


Tan santa como los apóstoles

Olga murió en Kiev el 11 de julio de 969, a los setenta y nueve años, por causas naturales. En 1547, la Iglesia Ortodoxa la proclamó tan santa que la llevó a la misma categoría de los apóstoles: les dio el título, a ella y a su nieto Vladimir, de Equiapostólicos, y los proclamó “los nuevos Helena y Constantino”, en referencia a Constantino el Grande, primer emperador romano en darle libertad de culto a los cristianos, en 313, y a su madre, la emperatriz de Constantinopla.


¿Qué pasó en esos casi seiscientos años para que una mujer que había masacrado de manera salvaje a un pueblo entero por una venganza personal mereciera ser, no solo canonizada, sino una de las únicas cinco mujeres en la historia del cristianismo que fue honrada con el estatus más alto de la santidad, ser un par de los doce apóstoles?


Alban Butler, en su libro “Vida de los santos”, toma testimonios de la época, además de los de San Néstor y de un monje llamado Jacobo que, presuntamente, vivió en la misma época que Olga en los alrededores de Kiev.


Si bien los testimonios coinciden en que ella era temible para “los enemigos de su patria”, su pueblo la amaba “como a su propia madre por su misericordia, su sabiduría y su sentido de justicia”. También “juzgaba con la verdad, imponía los castigos con clemencia, amaba a los indigentes, a los ancianos y a los lisiados. Escuchaba toda petición que se le dirigía, y complacía, gustosamente, las peticiones justas”.


En los últimos años que actuó como regente de su hijo, se convirtió al cristianismo, y en 957 se bautizó en Constantinopla. Su padrino fue el emperador Constantino VII, quien dejó registradas en su obra De Ceremoniis todas las ceremonias que se realizaron y que Olga eligió Helena como nombre cristiano, en honor a la emperatriz reinante y a la madre de Constantino el Grande.


Al regresar, trató de convencer a su hijo, ya Sviatoslav I de la Rus de Kiev, que se convirtiera al cristianismo y que se bautizara, pero solo consiguió que no prohibiera que sus súbditos lo hicieran.


Lo que no logró en vida con su hijo, lo hizo muerta con su nieto Vladimir el Grande, hijo y sucesor de Sviatoslav I en la Rus de Kiev.


Vladimir era brutal y sanguinario y gozaba abiertamente de los bárbaros excesos permitidos a los hombres de su posición. Ibn-Foslán, un cronista árabe de la época, menciona a sus cinco esposas y numerosísimas esclavas concubinas. San Néstor dice que su lujuria “era insaciable”. Pero, probablemente en 989, cuando tenía alrededor de 32 años, se convirtió al cristianismo, se casó con Ana, hija del emperador Basilio II de Constantinopla, se separó de sus esposas, despidió a sus concubinas, mandó destruir en público los ídolos profanos de su antigua fe y protegió a los misioneros griegos que llevaban el cristianismo a Rusia.


Tampoco le faltó el milagro necesario para la santidad. Desenterró a su abuela y encontró que la muerte no había logrado corromper su cuerpo: estaba intacto.


Lo llevó a la iglesia de Desiatina, pero desapareció a principios del siglo XVIII.


La conversión al cristianismo de las tribus que poblaban los territorios de Rusia está directamente relacionada con la de Vladimir y su casamiento. Algunos autores consideran que la de Vladimir no fue producto de su descubrimiento de la piedad cristiana, sino de las conveniencias políticas y económicas de acercarse al Imperio Bizantino y a la Iglesia católica. Venía de familia: su abuelo Ígor había sitiado dos veces Constantinopla y su abuela Olga se había bautizado allí.


Se ha exagerado con la rapidez con la que se produjo la conversión de Rusia. Probablemente, durante la época de Vladimir, lo hicieron solo los nobles y los comerciantes ricos porque en el resto de la población el paganismo fue decayendo muy lentamente.


Vladimir el Grande murió en 1015, en Berestovo, cerca de Kiev. Su cuerpo fue desmembrado y las partes distribuidas entre sus numerosas fundaciones sagradas como reliquias. Los rusos, los ucranianos y otros pueblos celebran solemnemente su fiesta y lo veneran, junto con su abuela santa Olga, como a las primicias del cristianismo en Rusia.


Parece ser que siempre hay esperanzas de convertirse en un santo, se tenga el pasado que se tenga.


Fuente: https://www.clarin.com/cultura/olga-kiev-santa-patrona-justicieros-mano-propia_0_i5nCHvef2M.html

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