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jueves, 25 de mayo de 2023

LA TONTINA, un producto financiero del siglo XVII que hasta sale en Los Simpson

Los inversores ponen un fondo común que renta mientras sigan vivos

Se utilizó para financiar guerras, como antecedente de los war bonds

Sirvió para construir el edificio de la primera bolsa de Nueva York



Hoy en día está prácticamente olvidado y en muchos sitios prohibido. Pero durante mucho tiempo, particularmente entre el siglo XVII y el XX, fue uno de los productos financieros más habituales para gobiernos e individuos, antecesor de pensiones y seguros de vida y con un desarrollo complejo que permitió que se utilizaran derivados sobre él. Es la tontina, que también ha tenido su hueco en la cultura popular más reciente, y que es uno de los grandes precursores de las finanzas modernas.



La historia sitúa el origen de este esquema en el banquero italiano Lorenzo de Tonti (de ahí el nombre de tontina) en el siglo XVII. Natural de Nápoles, tuvo que pedir asilo político en Francia tras participar en una revuelta contra el dominio español. A principios de la década de los 50 de aquel siglo, propuso un particular sistema al gobierno del cardenal Mazarino (la Francia de Luis XIV, tras la guerra de los 30 años, necesitaba desesperadamente dinero) para obtener fondos.


El esquema, que sirve de base para las numerosas versiones de tontina que llegaron posteriormente, es simple: los inversores crean un fondo común aportando el capital inicial y reciben intereses el resto de su vida. Cada vez que uno de los partícipes muera, el interés que recibe el resto se incrementa, y cuándo el último muere, en el esquema de Tonti, el capital restante del fondo vuelve a las arcas públicas. En otros casos, dependiendo de cómo se estructurara, cuando solo quedara un número determinado de supervivientes se repartían el dinero.


La propuesta original de Tonti, en 1653, no llegó a buen puerto. Tampoco una iniciativa similar del mismo año en Dinamarca. Fue en los Países Bajos, pioneros de las finanzas en muchas ocasiones, donde diversas ciudades comenzaron a organizar tontinas, y entre 1670 y 1700 se contabilizaron unas 200. Las ciudades-estado de lo que hoy en día es Alemania también adoptaron pronto esta forma de financiación. Tonti, mientras tanto, cayó en desgracia en Francia, dio con sus huesos en la Bastilla y murió en 1684, cinco años antes de que Francia lanzara su primera tontina en 1689.


Ironías de la historia, poco después fue Inglaterra, en guerra con la propia Francia tras unirse a la Gran Alianza en la Guerra de los Nueve Años, quien lanzaría su primera tontina en 1693 para lograr fondos. Lo hizo con un sistema un poco diferente, con un importe inicial muy elevado que hizo que fuera un instrumento solo para ricos y en el que además se podía elegir la vida de un tercero como referencia para el vencimiento del pago. El original de Tonti incluía un sistema de pago que diferenciaba por edades, siendo el interés mayor para la gente de más edad.


A medio camino entre la pensión y las acciones

En el siglo XVIII las tontinas fueron organizadas por diferentes estados y otros organismos de forma regular, y comenzó también a popularizarse entre personas que organizaban sus propias tontinas privadas. En cierta manera, era una forma de seguro de vida o pensión rudimentaria, puesto que garantizaba un ingreso constante hasta el día de la muerte.


Los especuladores acudieron y se sucedieron las estratagemas para conseguir el máximo beneficio posible: desde nombrar a un rey para asegurar que su vida estuviera bien cuidada a consultar a médicos en busca de familias con historial de longevidad para elegir a sus miembros en la tontina. Pero las tontinas de la época tuvieron un problema que ayudaron a resolver: el registro e identificación de los fallecidos. Con dinero de por medio, éstos se modernizaron y comenzaron a crearse las primeras tablas de mortalidad.


Aunque no era su idea original, pronto también se desarrollo un mercado secundario sorprendentemente líquido. Tener una participación que incrementaba su valor en el tiempo era muy atractivo para los inversores, que pronto desarrollaron también derivados y formas de cobertura como la inversión en varias participaciones de una misma tontina a la vez para reducir el riesgo de la muerte de los partícipes.


El origen de la bolsa de Nueva York

Las tontinas financiaban todo tipo de iniciativas privadas y públicas, desde calles hasta hoteles. En origen ayudaron sobre todo a las guerras, por lo que se pueden considerar antecesoras de los bonos perpetuos y los war bonds. Respecto a otros objetivos, una de las más conocidas fue la tontina para construir la denominada Tontine Coffe House en Nueva York, lanzada en 1790 y suscrita por completo en 1792.


Esta tontina tenía características peculiares, como que el vencimiento estaba referenciado a la propia vida de los partícipes, algo ya poco habitual, y que los intereses dependerían de los ingresos que generara el propio edificio. Las participaciones podrían venderse, pero se disolvería en cuanto solo quedaran siete nominados en la emisión.


Pero lo verdaderamente importante es que allí, en la esquina entre Wall Street y Water Street, es donde se establecieron los primeros traders de Nueva York. En ese mismo 1792, 24 operadores firmaran el histórico acuerdo de Buttonwood, sentando las bases de lo que hoy es la bolsa de Nueva York, y la Tontine Coffe House fue el lugar elegido para operar, aunque no muchos años después, en 1817, la casa de la tontina se quedó pequeña, lo que obligó al incipiente mercado a buscar un nuevo hogar. Hoy, tras ser bar y hotel, es un rascacielos más en Nueva York.


La tontina comenzó a caer en desuso y fue prohibido en muchos países, aunque en Francia sigue en activo y regulada. El problema, como se puede entender fácilmente, es que genera unos incentivos bastante fuertes para el asesinato.

Burns y la tontina

Como curiosidad, aunque no citada explícitamente, la base del sistema (y del incentivo al delito) se puede entender en el capítulo de Los Simpsons, en el que el Sr. Burns trata de matar al abuelo. Ambos, junto a otros miembros de su unidad en la II Guerra Mundial, habían firmado un pacto según el cual el último superviviente se quedaría con una colección de arte que habían encontrado en un castillo alemán. Una forma de tontina simple pero que retrata a la perfección el peligro de este esquema.

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