Estamos en una época de grandes cambios frente a los cuales es imposible permanecer indiferentes. Adaptarnos o aceptarlos, implica el procesamiento mental de esos elementos y una toma de decisiones.
Los cambios en las respuestas que surgen a esa toma de decisión, tanto en lo colectivo como en lo individual, se expresan de maneras diferentes. En esa diversidad, le prestamos más y más atención a las respuestas emocionales y psíquicas en general. De esta manera, empiezan a plantearse dudas o interrogantes, ya no solo sobre la salud o enfermedad mental sino sobre cómo funciona nuestra mente.
Un ejemplo inmediato de esto es cuando cotidianamente nos confrontamos ante la evidencia de que no todos vemos o interpretamos lo mismo. De alguna manera, lo que denominamos “normalidad” o “lógica” se tropieza con la pregunta: ¿por qué los otros a veces piensan y sienten distinto a nosotros, cuando aquello que observamos parece evidente?
Nuestra vida cotidiana se establece en base a las relaciones que implementamos con el mundo que nos rodea, construido en base a los múltiples estímulos que recibimos del exterior. Lo que vemos, escuchamos, todo lo que recibimos o incorporamos por nuestro aparato sensorial, que es el que nos relaciona con lo externo, es procesado por nuestro sistema nervioso, en realidad por todo nuestro ser en la medida que es indivisible y, en base a este, generamos las diferentes respuestas mentales, comportamentales y emocionales.
Hemos estado hablando de emociones en relación a los periodos eleccionarios y cómo se ven movilizadas en relación con las expectativas, o los miedos. Por ejemplo, más recientemente, frente a un proceso de duelo por la pérdida de una figura pública o en el asesinato de una persona, en un lugar que entra en colisión con ideas o quizás fantasías de seguridad.
En estas, y en tantas otras situaciones, la diversidad de nuestras respuestas emocionales o nuestros razonamientos, las opiniones expresadas en el ágora pública que son las redes, nos muestra de manera clara algo evidente: la construcción que hacemos del mundo, de los diferentes eventos, así como nuestras representaciones de los mismos no son objetivos y unívocos, sino que son diferentes y hasta a veces contradictorios. ¿Cómo puede ser que veamos cosas diferentes ante un mismo hecho?
Muy habitualmente todos consideramos una manera “normal” de responder a un hecho. Somos capaces de entender los comportamientos de los demás, pero en la medida que los mismos no se alejen demasiado de esa idea de normalidad, del eje.
Luego de allí, cuando esto se modifica, casi inevitablemente aparecerá la idea de que el otro está situado en otro lugar. Ese otro “locus”, es a veces el imaginario de la locura. La enfermedad mental aparece entonces como respuesta inevitable. Si bien en algunos casos los comportamientos anormales o la enfermedad mental pueden ser la respuesta, en realidad es que recibimos, procesamos y expresamos esa información sobre la supuesta realidad, de manera diferente.
Así, de la misma manera que la utilización de categorías nosológicas clínicas se vuelve de uso común, los habituales “neurótico”, “obsesivo” o más actualmente “psicópata” o “narcisista”, hoy se emplean muy frecuentemente como diferentes términos para referirse a que alguien interpreta la realidad de manera diferente.
Tres conceptos son habitualmente usados: distorsión, disonancia y sesgo cognitivos. Muy frecuentemente se los usa de forma indistinta y de manera intercambiable, sin embargo, representan conceptos diferentes y desempeñan papeles específicos en cómo percibimos y evaluamos el mundo que nos rodea. El primero de ellos, en orden histórico, es el de disonancia cognitiva
Disonancia cognitiva: fue un término desarrollado por el psicólogo León Festinger, en 1957. Se refiere al estado de tensión o incomodidad que sentimos cuando nuestras creencias, actitudes o valores entran en conflicto con nuestras acciones. Este conflicto entre la creencia expresada, a veces como norma, y nuestro propio comportamiento nos motiva a buscar una explicación que le dé la coherencia y la consistencia en nuestros pensamientos y acciones.
Así, a menudo cambiamos nuestras creencias o actitudes para reducir la tensión y restaurar la armonía interna. Por ejemplo, si una persona sabe que fumar es perjudicial para la salud (creencia) pero sigue fumando (acción), experimentará disonancia cognitiva y puede optar por dejar de fumar o encontrar justificaciones para sus acciones, es decir acomodar sus pensamientos para reducir la tensión de la contradicción. Al mismo tiempo se utiliza como modo de afirmar por el mismo hecho pensamientos opuestos. Esto no es lo mismo que el relativismo o acomodar el pensamiento resumido en la cita falsamente atribuida a Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”.
Distorsión cognitiva: es una forma de error (disfunción o inconsistencia) en el procesamiento de información, y así son patrones de pensamientos inexactos o irracionales que pueden llevarnos a interpretar la información de manera sesgada o negativa. Las distorsiones cognitivas desempeñan un papel predominante en la psicopatología al producir la perturbación emocional.
Fue popularizado y extendido su uso en psicoterapias con los padres de las terapias cognitivo-comportamentales Albert Ellis y Aaron T. Beck. Estas distorsiones pueden influir en cómo percibimos los eventos y pueden distorsionar nuestra percepción de la realidad.
A menudo, las distorsiones cognitivas están asociadas con la depresión, la ansiedad y otros trastornos psicológicos. Algunos ejemplos comunes de distorsiones cognitivas incluyen la catastrofización (exagerar la gravedad de una situación), el pensamiento polarizado (ver todo en términos de blanco o negro, sin matices) y la personalización (atribuirse la autorreferencia de eventos externos). A diferencia de la disonancia cognitiva, que se centra en el conflicto interno, las distorsiones cognitivas afectan cómo procesamos la información externa.
Sesgos cognitivos: son patrones sistemáticos y predecibles de errores en el pensamiento y la toma de decisiones que distorsionan nuestra percepción de la realidad. Estos sesgos pueden surgir debido a una variedad de factores, como la necesidad de simplificar información compleja o la influencia de creencias preexistentes.
La noción de sesgo cognitivo fue introducida por Daniel Kahneman y Amos Tversky en 1972. Ellos observaron cómo ciertas personas no podían razonar de manera intuitiva con órdenes de magnitud muy grandes. Estos conceptos le darían a Kahneman el Premio Nobel de Economía en 2002. Esa incapacidad se traducirá en diferentes sesgos o “atajos” de alguna manera mentales que en algunos casos eran útiles al procesar ordenar “magnitudes”, para ellos simples, pero no para grandes datos. Esto es especialmente aplicado al mundo de la economía en la que en grandes magnitudes se pierde la proporción y evaluación de la misma.
Los sesgos cognitivos pueden afectar la forma en que procesamos la información, recordamos eventos pasados y en base a eso tomamos decisiones. Por ejemplo, el sesgo de confirmación que es la tendencia a investigar, buscar, seleccionar especialmente, información que confirmará nuestro concepto ya previamente establecido, ignorando aquella de alguna manera contradictoria. O el sesgo de disponibilidad en el cual se le da más peso a la información que está fácilmente disponible en nuestra memoria. Los sesgos cognitivos son fundamentales para comprender cómo tomamos decisiones y evaluamos situaciones, pero a menudo pueden llevar a juicios sesgados y decisiones subóptimas.
En conclusión, la disonancia cognitiva se refiere al conflicto interno entre creencias y acciones; la distorsión cognitiva se refiere a patrones de pensamiento inexactos que afectan cómo percibimos la información y el sesgo cognitivo se refiere a errores sistemáticos en el procesamiento de información que distorsionan nuestra percepción de la realidad. En cada una de las categorías las diferentes variables son múltiples, esto es solo la diferenciación de los troncos fundamentales.
Es interesante saber cómo de alguna manera la expresión: “Todo es según el cristal con que se mire”, no es lejana a la realidad, sino que es aún mucho más profundo el concepto. Entender estos mecanismos puede permitir decodificar algunas respuestas emocionales que experimentamos y vemos cotidianamente. Al mismo tiempo, quizás eso permita ampliar nuestra mirada y visión sobre ciertos temas y, porqué no, ser más amplios y perceptivos al momento de ver opiniones diferentes a las nuestras en lugar de solo buscar imponerlas y sufrir en esa disputa.
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