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lunes, 27 de febrero de 2023

Los secretos de “Joe” Stefanolo: el abogado del rock que defendió a Charly García, Fito Páez, Calamaro y Luca Prodan

Las máximas estrellas de la escena nacional no solo fueron sus clientes, también fueron sus amigos. El juicio del porrito, el fallo Bazterrica o el misterioso papelito de Pipo. El extraño de pelo largo que sentó jurisprudencia
Fuente: infobae


Capaz de destruir una acusación con una receta de Doña Petrona, alegar con letras de canciones o plantear la mejor defensa con un perro como principal testigo, Albino Stefanolo es algo más que ese extraño de pelo largo que camina por los pasillos de tribunales, ajetreado, con carpetas en la mano y tocando la ventanilla del juzgado, en vez de la puerta del juez. “Joe”, ese apodo que le puso su madre a los 5 años porque le gustaba el detective de una serie de televisión, es el abogado al que recurrieron una y otra vez los grandes músicos del rock nacional cada vez que tuvieron problemas con la Justicia: Charly García, Fito Páez, Andrés Calamaro, Pipo Cipollati, Luca Prodan no fueron solo sus clientes: fueron sus amigos. Cuando los nombra, sus ojos se encienden. De todos, habla con respeto y admiración. Y sobre todo cariño.

Su mundo está lleno de discos y recuerdos. Graciela, su compañera de vida desde hace 45 años y coequiper legal, lo rescata de los expedientes digitales y los llamados de teléfono. Es que Joe es a la antigua: no usa celular. No todas sus causas son famosas, pero su figura se hizo conocida en los medios cada vez que un músico era tapa de una revista por problemas en tribunales.

Del “papelito” de Pipo al divorcio de Charly. Del juicio a Calamaro por decir “qué linda noche para fumarse un porrito” al fallo que habilitó el consumo personal con un “Abuelo de la Nada”. De la causa armada contra Fito Páez en medio de su peor desdicha a la tragedia de Cromañon.

Señoras y señores... Con ustedes: el abogado del rock.
José Stafanuolo (Foto Gaston Taylor)

Eran los 70. “Joe” siempre fue público del rock: iba a los recitales, se vinculaba con todo el mundo y terminaba conociendo a los músicos a los que iba a escuchar. Apenas terminó el colegio, Stefanolo se dedicó a estudiar derecho. Se recibió muy joven, con 21 años. Pero tuvo que esperar un año para poder conseguir el título. Al decano de entonces le parecía que había demasiados abogados en la plaza y no iba dárselo. Joe esperó uno, dos, tres meses. Y la firma no llegaba. Empezaron a haber actos, protestas, pero el decano seguía en la suya. Las protestas llegaron al rectorado y al hombre lo terminaron corriendo. El que lo reemplazó, cuenta Joe, no daba abasto: “Tenía que firmar títulos hasta con las uñas de los pies”.

Contento, el título se lo entregaron en diciembre de 1975. En enero venía la feria, así que comenzaría a trabajar en febrero. El 24 de marzo de 1976, un golpe militar terminó con el sueño del respeto de los derechos. “Todo era muy complicado”, recuerda. Hasta representó a un chico que fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo por pedir un curso de verano. “Era joven, recién empezaba, pero entendía”, dice. Y así terminó entrevistándose con el juez, que tenía un revolver arriba del escritorio. Al chico, tiempo después, lo logró sacar de la cárcel.

Sus primeros casos fueron conocidos del ambiente del rock que tenían problemas legales por tenencia de pequeñas dosis de marihuana. “Ahí, caías preso”, subraya. Iba y venía del destacamento de Toxicomanía de la Policía Federal. “Los tipos con metralletas, era una odisea entrar a una seccional... Eran épocas muy feas, donde la regla era tratar de sobrevivir. Pero, dentro de la desgracia, eso me dio un training: afilé el lápiz, empecé a calibrar qué se podía pedir, cómo lograr lo que no se podía y ahí llegó el caso de Sabú”.
Sabú. y sus discos (Instagram: @sabucantante)

Sabú era Héctor Jorge Ruiz Saccomano, un cantante de la nueva ola post Palito Ortega. Ex jugador de Boca Juniors, con pasado de modelo tras una invitación de la famosa Casa Modart, Sabú fue un éxito musical, con su tema “He tratado de olvidarte”. Valeria Lynch le hacía coros. Lo llamaban para participar de películas y novelas. Tenía club de fans en toda Latinoamérica. Y un día cayó preso. Era marzo de 1978. Sabú fue detenido por la policía por tenencia de drogas. Las tapas de Crónica daban la noticia con título catástrofe.

Joe corrió a tribunales. Y lo único que le pidió al juez fue que lo destinara a un pabellón tranquilo en la cárcel de Devoto porque era una figura pública. El juez le contestó que el músico iría a donde le tocara. “Ahí usé por primera vez una frase que después me dio mucho resultado: le dije al juez que la integridad física de la persona detenida dependía de él. Es lógico, pero decírselo en ese momento a un juez no era fácil. Ahora puede parecer sencillo... La cara del doctor cuando enfrentó la seguridad con la que se lo estaba diciendo, la falta de miedo. No sé. Lo hizo. Lo mandó a un lugar tranquilo hasta que más tarde conseguí la libertad”, recuerda. La Cámara Penal lo condenó a un año de prisión, pero la pena quedó en suspenso y solo tuvo que pagar una multa.

El día de la libertad de Sabú fue la primera vez que Joe aprendió lo que era enfrentarse a los medios. Los periodistas se le abalanzaron para tener sus declaraciones. Los militares seguían desde los techos cada movimiento. De a poco empezaba a forjarse el camino que tendría que enfrentar muchas veces. Los micrófonos, las explicaciones. Con el tiempo, Sabú terminó yéndose del país. Trató de volver a los escenarios locales pero ya no resultó. Buscó suerte en Centroamérica. Acá, hasta el Comfer lo censuró junto a Mercedes Sosa, Victor Heredia, Horacio Guarani y Joan Manuel Serrat. Cuando a Joe le tocó ir a avisarle que su música no se podía pasar por una decisión política, Sabú sonrió. “¿Qué hago yo con esta gente? Esta gente es muy buena”, decía orgulloso.




Charly García se convirtió por esos años en su cliente. Estaba separándose de María Rosa Yorio. Y había que ir a tribunales a conseguir el divorcio de esa época. La decisión estaba tomada, pero por esos años había que ir al juez para tener una entrevista. “Ahí el juez buscaba convencerte de amigarte. Entonces con Graciela (su esposa, también abogada) que era fanática de Charly nos dividimos. Ella fue la abogada de Charly y yo de María Rosa. El primer día le digo Charly ‘no se te ocurra decir nada. Vos sentate y decí que lo vas a pensar’. Entonces él se portó como un caballero: ‘Sí, sí, como no, como no, doctor, déjemelo pensar’. Y volvimos a los tres meses y dijo: ‘No, lo pensé y no, no…' Pero, viste, actuó muy bien, mucho mejor que otros; yo tenía algún temor con la forma y la locura y el genio. Pero actúo cómo debe actuar.’”, sonríe Joe.

Después vinieron las causas en Mendoza por exhibiciones obscenas, los reclamos injustos por culpa de una discográfica de un tema que le atribuyeron a Charly en vez de uno de sus músicos que derivó en una denuncia por plagio (”Charly estaba ofendido, ‘si la canción es de él, no es mía’, decía) o una denuncia por haber recreado el Himno Nacional. Llegó al juzgado y el juez le dijo: “Yo no tengo nada que ver”. “La causa quedó desestimada por inexistencia de delito y el himno hoy es una gloria”, resalta.

A Fito Páez también le tocó acompañarlo. Fueron momentos tristes. El 7 de noviembre de 1986, la abuela y la tía abuela de Fito, dos de las personas más importantes en su vida porque lo habían criado tras la temprana muerte de su madre, aparecieron brutalmente asesinadas en su casa de Rosario, junto a una empleada que estaba embarazada. La noticia sorprendió a Fito de gira en Río de Janeiro.
Fito Paez y Charly Garcia (@fitopaezmusica)

“Lo fuimos a buscar a Fito. Me acuerdo cuando él llega... .La imagen de Fito. Estaba en Brasil, comenzaba su gira, era un día de gloria para él. Estaba tan contento y le avisan estando allá que habían matado a su familia... Lo que me pedían a mí en ese momento era tratar de evadir a la prensa. Es decir: que no pase por el filtro de salir por la puerta grande y que todo el mundo le pregunte. Me acuerdo que negocié ir por atrás, por un costado. Cuando lo fui a buscar y lo encontré para llevarlo, me acuerdo que estaba contra una pared, quebrado... Esa imagen es tremenda y me acuerdo el abrazo, me acuerdo llevarlo... Fueron momentos tremendos. Fuimos a su casa, él quedó ahí y después tuve que llevarlo a Rosario”, recuerda. Ahí vendrían las presentaciones en la comisaría, las declaraciones, buscar a los culpables. “Mucho tiempo después se descubrió quién había sido. Un robo por gente tan nefasta que mató toda una familia... Inentendible lo que hicieron”.

Lo que Joe recuerda fue el amor con la que el mundo del rock contuvo a Fito. “Me acuerdo la llegada desde Rosario en el avión y que estaba el Flaco (Luis Alberto Spinetta) esperándolo. Toda esa cosa de protegerlo a Fito fue época muy linda. (Juan Carlos) Baglietto que me llevaba a buscarlo... Como dijo la revista Rolling Stone, fue una cadena solidaria”
Fito Paez y Joe Stefanolo cuando ocurrió el asesinato en Rosario (gentileza La Capital)

El asesinato de su familia le dejó ademas una causa penal a Fito Páez. En el allanamiento, sobre la cómoda de su casa, había un resto de polvillo de marihuana. Fito lo describió en su Ciudad de Pobres Corazones. “Los tipos eran tan malos, tan malos que quisieron investigar de quién era y lo citaron a Fito a un juzgado federal por ese tema y tuvimos que volver. Y yo me acuerdo del juez, el juez había sido profesor de él en Rosario. Cuando le hablo al tipo, le digo ‘esto es una locura, doctor, esta es la víctima’. Ni siquiera era una cantidad mensurable, era polvillo. Pero le hicieron una causa, yo creo que porque en aquel momento nosotros nos enojamos mucho con la policía, por la forma en que investigaban (el crimen) y cuestionamos mucho eso y yo creo que era una manera decir ‘bueno anda a declarar por el polvillo’”.

“Obviamente Fito quedó sobreseído y siempre me acuerdo como otra cosa tremenda del cariño salir del juzgado de Rosario y que la gente de los andamios de la obra en construcción le gritaran a Fito apoyándolo. Qué lindo esa imagen de los tipos de la obra en construcción gritándole a ‘Fito, aguante’. Hermoso... Otra cadena solidaria. Para mí fue una medalla de oro y diamantes”.
Joe y Calamaro, en el juicio de diez años por decir "Qué linda noche para fumarse un porrito"

El de Andrés Calamaro sí que fue un caso largo. Un “porrito” que duró diez años. La historia ya es famosa. Calamaro estaba en un concierto que había organizado la municipalidad de La Plata, con más de 50 mil personas. “La gente desbordada, alcohol, lata de cerveza que volaban por el aire, iban a suspender el show. Ya le habían pegado a uno de los chicos de La Portuaria cuando tocaba... Decían ‘bueno listo, suspendemos’. Pero la gente estaba muy caliente. Decirle vayanse…Era medio kamikaze. Entonces Calamaro dice ‘no, yo salgo, dejamelo que yo salgo. Y salió con eso, salió al toro, cómo es él”. Saludó al público y dijo: “Que linda noche para fumarse un porrito”.

“La gente se fue calmando y metió el show normal, terminó el show y la gente se fue. O sea, era ideal lo que hizo. Pero después, al tiempo, llega esta denuncia de gente que era de una agrupación de La Plata que decía que eso era apología de la droga. El ministro de Gobierno la apoya, lo denuncian y avanza la causa”, cuenta Joe.

En primera instancia, Calamaro quedó sobreseído, pero tres años después la Cámara Federal de La Plata lo revoca y lo procesa. “Me acuerdo de llevarlo a Andrés a tribunales. El juez no era el mismo y le dice: ‘Mira que yo no tengo nada que ver’”. El caso fue elevado a juicio oral. “Llegamos a juicio y lo primero que me dicen, la pregunta del millón, ‘doctor, ¿lo terminamos con una probation?’. Y yo digo “no, no, escúcheme, Andrés no cometió ningún delito. No tiene que hacer ninguna probation’. Igualmente, vuelvo y se lo digo a Andrés. Le digo ‘mira, tenemos esta oferta y él me dice: ‘¿Vos qué opinas?.’ Le contesto ‘yo hago lo que vos me digas’. Y me responde: ‘yo quiero ir a juicio’. Y ahí tardaron un montón, y en los últimos años del juicio me vuelven a decir: ‘¿doctor porque no hace la probation, que queda sobreseído?’. Y yo dije no’.

La fecha del debate llegó justo cuando Calamaro tenía que prepararse para un recital en el Luna Park y por temas personales no estaba bien. “Yo pensé, bueno, lo postergo pero tanto había pedido el juicio. Podía tardar diez años más. Entonces le digo ‘¿vos te animas a hacer las dos cosas?’”. Calamaro aceptó. Ibamos con mucha fe. En el inicio del debate, el fiscal le terminó pidiendo perdón en nombre del Estado y su absolución.

El fallo Bazterrica, el detrás de escena de un hito en la historia judicial

 "El fallo Bazterrica" Importante en materia de consumo personal junto con el fallo ARRIOLA


Gustavo Bazterrica, histórico guitarrista de Los Abuelos de la Nada, se convirtió en una cita jurídica. Su caso lo estudian en la facultad de derecho. Es el fallo obligado en las causas de drogas y consumo personal. Joe Stefanolo fue el encargado de convertirlo en jurisprudencia. “El Vasco estaba en su apogeo, el grupo vendía discos a millones, y lo detienen por una muy pequeña cantidad de droga, una causa por la cual no quedó detenido, pero iba a quedar con un antecedente. Lo condenan a una pena en suspenso, pero él plantea si se puede hacer algo”.

Joe lo pensó y respondió: ‘lo único que queda por hacer es plantear que es inconstitucional e intentarlo, no creas que es algo que vamos a conseguir. Pero como intento lo podemos hacer’”. El abogado ya había intentado una estrategia similar y había fracasado. Eran tiempos militares. Ahora, eran los albores de la democracia. El caso llegó a la Corte.

Era 1986 de un viernes por la tarde, cuando ya terminaba la semana. Suena el timbre en el estudio de Stefanolo. Joe pensó “qué plomazo” y abrió. Con la misma sinceridad recibió al funcionario que llegaba con el fallo en un sobre. “Es bueno, es bueno”, le sonrió el enviado. Joe se apuró entonces a ver de qué se trataba. Como hace todo abogado, fue a la última página a ver el resultado. “Voy, me siento y ahí casi me desmayo”. La Corte Suprema le había dado la razón por tres votos a dos.

“Lo sustancial es que declaró inconstitucional el artículo de la ley que reprimía la tenencia para consumo que era un poco de la discusión que yo tanto había tenido. Más tarde vino esa ley que después cambian y ponen otra. Me convocaron muchas veces al Congreso a hablar. La ley sigue siendo un engendro. Pusieron un artículo que está vigente que pone que cuando hay una exigua cantidad vos podés hacer un tratamiento y entonces no te dan pena. Yo empecé a luchar contra eso. No puede haber un tratamiento obligatorio que dé éxito. Si los tratamientos generalmente son voluntarios para poder llegar a tener éxito y fracasan, ¿cómo va a ser exitoso un tratamiento obligatorio?”, razona. “Hoy ya casi nadie avala la persecución (por consumo) pero como yo digo te pueden detener. Y ¿sabes qué es lo peor de todo? Que todavía se genera un cuadro en donde es delito”, dice. Su lucha, ahora, está en quede despenalizado el autocultivo.

Pipo Cipolatti y el papelito


“Lo de Pipo en la causa que tuvimos fue muy extraño. El entra a una confitería que tiene puerta giratoria y y hay un muchachito que le dice ‘tomá Pipo’ y le da algo con la mano, toma Pipo, y era un pequeño sobrecito. El buscaba un teléfono público, no sé si no había o no andaba. Por la misma puerta giratoria sale y la policía lo mete en el patrullero y lo detienen”, recuerda. Pipo tenía el papelito que le habían dado. “Entonces dice ‘me lo dio el muchacho que debe andar por ahí' y lo meten en cana porque el papelito era droga. Muy extraño eso”.

Según recordó, “no fuimos por discutir la cosa rara sino que explicamos que lo que Pipo tenía en la mano no era delito porque era muy poquitito, fuera o no fuera de él. Se lo dio el chico o no se lo dio el chico no era delito. Y ahí declararon nuevamente inconstitucional el artículo ya con la nueva ley. La Sala II de la Cámara Federal de Comodoro Py nos dio la razón. Eso fue muy interesante porque marcó otro hito. Pero eso fue tremendo porque el pobre Pipo no entendía nada, decía ‘¿dónde está el chico?’”.

En tribunales, Pipo Claro esperaba en tribunales ver al entonces juez Juan José Galeano. “Lo saludaba todo el mundo, toda la gente de Galeano. Lo que pasa que Pipo es muy carismático, es un tipo que yo creo que no debe tener enemigo, es muy querido. Lo malo es que estuvo detenido algunas horas”.

Luca Prodan y sus visitas al estudio jurídico
Luca Prodan (Foto: Gabriel Rocca)

“Luca era una maravilla de persona”, describe. “Acá vino con una música de avanzada que él traía en su cabeza afuera y con SUMO creó una Revolución musical que no era masiva porque SUMO fue muy masivo después de la muerte de Luca. Pero con él tuvimos varias anécdotas. La primera y principal es que el era desertor en Italia y acá no lo podíamos radicar legalmente”. Joe se encargaba de tramitar los permisos de entrada y salida del país de forma provisoria. Por eso, tampoco podía cobrar en SADAIC”.

Ahí aparece el productor Daniel Grinbank, que era admirador de la banda. “Vos ibas al despacho de Daniel, yo he ido muchas veces, y el escuchaba SUMO. Y lo quería contratar, quería tener en su staff a Luca. Los chicos dijeron que sí; a Luca le daba lo mismo. Cuando vamos se produce una cosa que yo no había visto nunca en tantos años, incluso después de haber hecho muchos contratos de música. Nos da el contrato bien, un contrato piola, pero le decía que antes de un período de tiempo previo a hacer un recital grande que era Obras, que yo creo que eran dos o tres meses, Luca no tenía que tocar. Era para generar expectativas. Dicho eso salgo con el borrador y Luca me dice: ‘yo esto no lo firmo. Este me quiere pagar para no tocar, decile que no’. Los otros le decían no y él decía ‘yo me voy’”. Joe volvió a hablar con Grinbank y le explicó que Luca no quería.

“Pero ¿qué es? ¿un problema de plata? ¿Necesita algún punto extra? ”, preguntó el empresario. “No, necesita tocar, vos acá le pones que no”. Grinbank insistió en explicar la razón. Joe encontró la solución. Dejarlo tocar a Luca pero en cualquier lado, Mendoza, Chile, donde fuera, hasta que se hiciera el show en Obras. “Solo eso quiere? ¿Cómo no? Se lo firmo”, dijo Grinbank y todo resuelto. “Dónde le importa tres pitos. El quería tocar. Se paraba en la mesa de la zona tuya del oeste, en la pizzería, en el bar y bueno se firmó y ahí fue la última etapa de Luca”.

Luca murió poco después en un conventillo de la calle Alsina, en San Telmo, rodeado de botellas de ginebra. En el panteón de Chacarita de SADAIC no había lugar para enterrarlo. Fue por eso que terminó inhumado en el cementario de Avellaneda. En su despedida, volaban libros de Lou Reed sobre la tumba. “Al día siguiente y esta es la locura vamos a SADAIC para avisar que había muerto, porque ese día iba a empezar a cobrar. Los tipos toman nota y dicen qué lastima era buen pibe… O sea una hipocresía total, no lo dejaron cobrar, le hicieron la vida imposible”, recuerda. Trámites mediante, fue su familia la que recibió lo que le correspondía a Luca.

“Aprendías mucho con él y él aprendía mucho por ejemplo cuando venía al estudio. La gente tiene una imagen de él que era un loquito. El veía gente que estaba mal, yo trabajé siempre con mucha gente que estuvo mal y a veces veía algún pibe medio tirado y él charlaba. Después me decía ‘el que tenés allá está muy mal’”, recuerda Joe. La vez siguiente que volvía preguntaba por ese joven. “Che el pibe dónde anda, no está, ¿esta preso?”, ríe. “Sus grandes amigos eran los mozos”, cuenta. Por eso Joe siempre creyó que Luca, en realidad, fue un tanguero sin saberlo.

Cromañon, una tragedia que cambió todo
Juicio Cromañon (Nicolás Stulberg)

Fue un juicio distinto a cualquier juicio. El dolor se respiraba en el aire. En la noche del 30 de diciembre de 2004, el boliche República Cromañón, se convirtió en un trampa mortal cuando comenzaba el recital de Callejeros. Murieron 194 personas y casi 1500 terminaron heridas. Una bengala tocó la media sombra que había en el local y comenzó el fuego. La gente intentó escapar. Una de las puertas de emergencia estaba cerrada. La mayoría de las víctimas murieron en segundos producto de la combustión tóxica que respiraron. Omar Chabán, el dueño de Cromañon, se convirtió en el principal culpable público, aunque la responsabilidad fue de muchos.

A Stefanolo le tocó defender a Raúl Villarreal, la mano derecha de Omar Chabán. Los familiares tenían mucho enojo con todos. A Joe lo tomaron del pelo en el inicio del juicio, en el Palacio de Tribunales. Lo golpearon contra una valla. La policía se apuró a intervenir y el propio abogado lo impidió. Eran momentos de mucha tensión. Chabán, incluso, eligió no salir de prisión cuando consiguió la excarcelación por temor a la revuelta que había en las calles.



“Hubo una cadena de fatalidades. Desde el ingreso, las bengalas, la cantidad de gente, el techo y Omar creyendo que lo que había puesto en el techo era bueno y no era bueno, la falta de control y los materiales. Pasó lo peor, fue muy lamentable, la gente fue condenada. Hubo responsabilidades, en definitiva para todos los participantes. Lo que yo siempre resalte es que acá nunca hubo dolo, nunca hubo intención de matar gente. Sí negligencia. Omar, el primero. Muere ya condenado, no soportaba más. Tuvo una enfermedad muy violenta y esto lo aceleró, yo creo sin duda”, dijo. Junto a otros abogados, como Analía Fangano, dice Joe, siempre trabajo por la verdad, más allá de a quién defendieran. Lo recuerda y la angustia vuelve a sus ojos. “Nadie salió igual de ese juicio”.


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